miércoles, 12 de noviembre de 2008

Palabras casuales.

Durante casi diez minutos quedó inmóvil, con los labios entreabiertos y en los ojos un brillo extraño. Se daba cuenta, indistintamente, de que una influencia nueva obraba en él. Sin embargo, le parecía como si esta influencia proviniese realmente de sí mismo. Las pocas palabras que el amigo de Basil le había dicho -palabras casuales, sin duda, y llenas de premeditadas paradojas- habían conmovido en él alguna cuerda secreta, no torada hasta entonces, pero que ahora sentía vibrante y latiendo en extrañas pulsaciones.
La música le había conmovido ya de ese modo. La música le había turbado muchas veces. Pero la música no es definida. No es un mundo nuevo, sino un nuevo caos lo que crea en nosotros. ¡Palabras! ¡Simples palabras! ¡Cuán terribles son! ¡Qué claras, y vivas, y crueles! ¡Imposible escapar de ellas! Y, sin embargo, ¡qué magia sutil reside en ellas! Parecen capaces de dar forma plástica a cosas informes y poseer una música propia tan dulce como la música del violín o del laúd.

¡Simples palabras! ¿Hay acaso nada más real que las palabras? Sí; cosas había en su infancia que él no pudo entender. Ahora las comprendía. Súbitamente, la vida se tornaba de color ele fuego para él. Le parecía haber marchado hasta entonces a través de llamas. ¿Cómo no se había dado cuenta?

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